Hay relaciones que hace años debieron haber terminado, pero se mantienen por costumbre, miedo o apego a lo conocido. Lo que en algún momento fue amor se convierte en una prisión emocional donde cada día pesa más la indiferencia que el cariño.

   Vivir con alguien con quien ya no compartes afecto es como convivir con un espejo que solo refleja frustración. Se desayuna silencio, se cena resentimiento, y entre ambos se te va la vida en un simulacro de compañía.

   Permanecer ahí es una forma lenta de autodestrucción. Ya no se trata de discutir, sino de sobrevivir al hastío, a esa energía que se gasta fingiendo que todo está bien. Es una tortura diaria mirar a quien alguna vez amaste y solo sentir rabia o repulsión. Cuando la costumbre suplanta al amor, el hogar se vuelve campo de batalla y cada palabra se convierte en un recordatorio de que seguir juntos ya no es amor, es miedo a aceptar que se acabó.

psicoterapia_psicologia_ 

Publicaciones